Abandonar la vida voluntariamente fue su último acto. Ocurrió el 9 de mayo; dos meses antes había cumplido 104 años. Se trata de David Goodall, un botánico pleno de méritos profesionales que, tras su jubilación, no dejó de investigar en una universidad de Perth, en Australia. En 2016, la institución le pidió dejar el despacho. El académico se negó y denunció a la universidad por discriminación. Y, tras ganar la demanda, siguió en él con su trabajo.

Pero comenzó a perder vigor poco a poco. Tuvo una grave caída en su casa y permaneció dos días sin ayuda. Como alternativa, le recomendaron vivir en una residencia o tener un cuidador. Sin embargo, rechazó ambas salidas. Su sentido de la independencia le llevó a elegir un suicidio asistido. Los medios se hicieron eco de la noticia en todo el mundo; Radiotelevisión Española (RTVE) lo hizo así mismo.

Un conflicto no resuelto: abandonar la vida voluntariamente

Apenas hay acuerdo sobre en qué consiste morir con dignidad. Y la eutanasia es una práctica ilegal en la mayor parte del mundo. Los países que la consienten exigen una serie de requisitos; por ejemplo, padecer una enfermedad terminal. Es el caso de Australia, aunque la ley aún no ha entrado en vigor. Norteamérica la admite en los estados de Oregón, Washington, Vermont, Montana, California y Colorado; en Canadá, se acepta en la provincia de Quebec y, dentro de Sudamérica, rige en Colombia. Entre los países europeos, hace años que es legal en Holanda, Bélgica y Luxemburgo. En Suiza, el derecho al suicido asistido está reconocido desde 1942; tan solo se pide que la persona que ayuda lo haga desinteresadamente.

Goodall no era un enfermo terminal; tampoco estaba deprimido. No obstante, él consideraba que su calidad de vida se había deteriorado tanto que no valía la pena estar vivo. Exit International, una asociación suiza defensora del derecho a una muerte asistida, lanzó una campaña de apoyo económico. Y lo ayudó en el traslado de los 10.000 km que separan los dos países. Los últimos días se dedicó a revisar cartas y a conversar con la familia, incluidos los nietos. Y con completa lucidez manifestó: “una persona mayor como yo se debe poder beneficiar de sus plenos derechos como ciudadano, incluido el derecho al suicidio asistido».

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