Alteraciones emocionales y memoria están muy relacionadas. Un buen funcionamiento de la memoria requiere que la atención y la concentración, que son la esencia de la misma, estén activas; sin embargo, un mal estado anímico inhibe ambas de un modo u otro. Como resultado, la memoria se resiente y pierde parte de su eficacia.

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En ocasiones, el declive de la memoria obedece a un bache emocional. Una situación que se vive con inquietud perturba el ánimo. La jubilación laboral, una pérdida funcional o un cambio asociado a la edad son algunos ejemplos. Pero se podrían añadir otros muchos. En general, cualquier circunstancia percibida con temor o incertidumbre es susceptible de convertirse en una fuente de ansiedad. En tal caso, la memoria se afecta y surge un problema añadido. Y es que la preocupación por los fallos de memoria puede acrecentar el problema. La situación se agrava, pues deriva en una crisis que, antes o después, afecta a la salud.

Alteraciones emocionales y memoria: grandes enemigos

Para evitar un escenario como este, hay que afrontar los problemas lo antes posible. Quejarse, o dejarlos de lado, no hace que desaparezcan. Y la determinación es la mejor arma. El primer paso es identificar la fuente de inquietud. ¿Cuál es el problema? ¿Por qué me preocupa? ¿Desde cuándo me ocurre? ¿Cómo lo puedo solucionar? ¿Qué opciones hay? ¿Tengo alternativas? Plantear preguntas sobre el problema permite observar sus aspectos y contribuye a solucionarlo.

Pero, a veces, las dificultades no las pueden superar uno mismo y es necesario pedir ayuda. Y, en función de su naturaleza, será oportuno plantearse de quien la podemos recibir. En cualquier caso, siempre es bueno ver las dificultades como un desafío y no como una amenaza.

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