El mundo visto a los 80 años es una obra de Ramón y Cajal publicada por la editorial Guadarramistas. El interés no está en sus contenidos médico-científicos, aunque el autor aluda a cuestiones relativas a ello. Obedece a que ofrece el testimonio de un anciano que, pese a su delicada salud, conserva intacta su inquietud intelectual y el interés por lo que le rodea. En origen, se publicó en el año 1934, pero no se trata de un libro de memorias. Es una serie de reflexiones sobre asuntos de índole sociocultural, política, artística, científica o filosófica, entre otras. Y, sobre todo, desde la perspectiva de quien sabe bien que no contemplará el futuro que describe.

En la primera parte del libro, el autor señala ciertos rasgos del declive que acompaña el paso de los años. Las dificultades de visión y audición, la debilidad muscular o los problemas de sueño son propios de la vejez, afirma. También las que denomina traiciones de la memoria, para las que propone: «el anciano podrá, si duplica o triplica su trabajo, alcanzar, en un tema estudiado con cariño, un rendimiento casi tan bueno como el conseguido por el hombre joven o maduro». 

En la segunda parte analiza los cambios socioculturales y políticos de los últimos sesenta años; es decir desde 1874 hasta 1934. Y sorprende, en el capítulo VIII, sus juicios sobre el nacionalismo, que resultan de total actualidad. La tercera parte trata de las teorías que intentaban explicar las bases de la senectud y de la muerte. Por último, la cuarta contiene un conjunto de consejos para mejorar las condiciones del final de la vida.

El mundo visto a los 80 años: ¿cualquier tiempo pasado fue mejor?

Comparar la sociedad de hoy con la de antaño es un hecho muy común. Al parecer, la edad avanzada aporta elementos de juicio más que suficientes. Y, muchas veces, la balanza se suele inclinar a favor del ayer. Esta convicción apoya la creencia de que “cualquier tiempo pasado fue mejor”. ¿Pero en realidad es así? ¿Es preferible lo ya andado? El cambio social es intrínseco a la historia humana; intentar detenerlo ha supuesto daños individuales y colectivos muy graves. La sentencia «Los jóvenes de hoy no parecen tener respeto alguno por el pasado, ni esperanza alguna para el porvenir” se atribuye a Hipócrates, un filósofo del S. IV a.e.c. Hoy se sigue diciendo. Y quizá sea necesario reflexionar más.

Santiago Ramón y Cajal reconoce el peligro de comparar escenarios muy distintos. «Porque el anciano propende enjuiciar el hoy con el criterio del ayer. Sin embargo, añade: He procurado, empero, huir en lo posible de este escollo. Se podrá advertir que si flagelo vicios evidentes del pensar y del obrar contemporáneos, reconozco también las excelencias incontestables de las costumbres y aspiraciones de la juventud». Queda en manos del lector averiguar si está de acuerdo con el gran ilustrador de las mariposas del alma.

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