De las etiquetas de la Neurociencia trata un reciente artículo de prensa cuyo autor ya nos visitó con una crónica sobre las ganas de vivir. Se llama Ignacio Morgado y, a mi juicio, además de un buen profesional, es un divulgador que transmite muy bien sus mensajes. Hace referencia a la invasión del prefijo «neuro» en un sin fin de ámbitos. Y él, que es psicólogo, considera excesivo el uso del término. Se habla de la neuroeconomía, la neuroarquitectura o la neurofilosofía, entre otros muchos campos; es como si el hecho de añadir esa raíz los tornara en más efectivos.
Las etiquetas de la Neurociencia no son útiles
Para ilustrar su punto de vista se centra en uno de los conceptos donde más se utiliza la fórmula. Se trata de la neuroeducación. Al parecer, hoy no se puede ser un buen profesor si se ignora cómo funciona el cerebro. Y Morgado no está de acuerdo. Admitir que es así equivale, según él, a negar la existencia de grandes maestros de la enseñanza; además, demuestra no conocer dicho órgano. No hay actividad humana en la que no intervengan las neuronas. Eso implica que la neurociencia está presente en cualquier tipo de disciplina; no hace falta recalcarlo una y otra vez. Y es que la eficacia de un acto no tiene que ver con conocer el cerebro, sino con aplicar bien los principios que lo respaldan.
Se insiste en que las emociones mejoran el aprendizaje; en que la buena arquitectura las genera; o en que el precio de un producto influye en su valoración. Todo ello es muy cierto, ya que las emociones rigen el comportamiento de un ser vivo. Pero es sabido hace tiempo por parte de la psicología. La neurociencia se ocupa de las causas del comportamiento humano. Pero no es la receta que soluciona las trabas que atañen a cada ámbito de la vida. Y no se necesita recurrir a ella para prestigiar una labor que desarrolla la psicología. Bienvenido sea un mayor conocimiento del cerebro y sus funciones. Aunque no es necesario situar a esta ciencia por delante de las demás. En resumen, que la neurociencia no es sino la psicología de siempre, que se ocupa de los problemas de la persona. Y de su resolución, claro está.
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