Descubrir la Filosofía es algo que hacen muy bien los alumnos de un filósofo. Sin embargo, la asignatura no deja de ser objeto de polémica. Pero Emilio Lledó niega que él lo sea. Se define como un profesor de Filosofía, materia que estudió en Madrid, en la Universidad Central, que hoy que se conoce por el nombre de Complutense. Nació el 5 de noviembre de 1927. Y, en 1952, tras su licenciatura, se marchó de España con tan solo una maleta de cartón. Y continuó los estudios en Alemania con la ayuda de grandes maestros. Gracias a uno de ellos, Gadamer, logró una beca y con ella concluyó su doctorado.

Una gran parte de su vida académica tuvo lugar entre España y Alemania. En ambos países, sus méritos han sido reconocidos con importantes distinciones. En 1990, obtuvo el Premio Alexander Humboldt de la República Federal Alemana. Y, de este país, así mismo, la Cruz del Mérito. En España, en el año 1992, recibió el Premio Nacional de Literatura. Desde 1993, es miembro de la Real Academia Española; en 2014, obtuvo el Premio Nacional de las Letras y, en 2015, el Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades.

Plantear preguntas es descubrir la Filosofía

Para Lledó, la Filosofía es el fruto de la curiosidad y el asombro del ser humano ante lo que le rodea, pues se plantea preguntas acerca de su lugar en la naturaleza. No es sino el resultado de la necesidad de situarse en el mundo, de interpretarlo y de modificarlo. Y aunque para algunos es un saber ajeno a la realidad, no hay nada menos cierto. Responde a un conjunto de estímulos muy concretos y es parte de nuestra cultura desde hace ya 3000 años.

Defiende a ultranza el derecho a la educación. Sostiene que los filósofos griegos fueron los primeros educadores. Arrancaron a la clase noble el conocimiento y lo difundieron. Transmitieron así que la “areté” o excelencia humana no era un privilegio de la sangre. Se podía aprender y enseñar; es decir, que estaba al alcance del ciudadano más común.

A los 94 años, el filósofo no deja de lado la reflexión. Le entristece que la humanidad no sea capaz de construir un mundo mejor. Y, como Edgar Morin, no deja de creer que solo hay un modo de lograrlo: la educación en libertad. En su última obra trata de ello. Lleva por título Identidad y amistad. Palabras para un mundo futuro. En una reciente entrevista expone muy a las claras sus ideas.

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