Se entiende por plasticidad del cerebro la capacidad de este órgano para la adaptación y el cambio. Se trata de un concepto de reciente aceptación, conocido con el nombre de neuroplasticidad. Y es que la idea de que el cerebro se mantiene flexible tras los primeros años de vida no se admitió de pleno hasta la década de los 60 del siglo XX. Las conexiones entre las neuronas se multiplican desde el momento en que nacemos. En la infancia, el proceso de desarrollo hace que se unan unas con otras a través de miles y miles de conexiones. Las que más se emplean se fortalecen, mientras que las que no se usan se debilitan y desaparecen.

Al alcanzar la edad adulta, el número de conexiones es muy inferior a las del niño. A partir de esa evidencia, se negó que el cerebro fuera plástico al dejar atrás la infancia. Y se consideró un hecho cierto que el número de neuronas se reduce con los años. Sin embargo, no es así. La Neurociencia ha puesto de relieve que el buen funcionamiento del cerebro no depende tanto del número de neuronas como de la calidad de sus conexiones. Y que a través de la experiencia y el aprendizaje se fortalecen. Y aún hay más: nacen nuevas neuronas a lo largo de la vida.

La plasticidad del cerebro impulsa su cambio

 La OMS define la neuroplasticidad como «la capacidad de las células del sistema nervioso para regenerarse morfológica y funcionalmente, después de estar sujetas a influencias patológicas ambientales o del desarrollo, incluyendo traumatismos y enfermedades, y permitiendo una respuesta adaptada a la demanda funcional«. Es decir, que el cerebro se repara a sí mismo tras un daño o lesión, ya que es un órgano dinámico con capacidad de respuesta a los retos del entorno. La rehabilitación de la red neuronal era un hecho cuestionado hace años. Hoy, por el contrario, está admitida sin fisuras y se ha comprobado que el entrenamiento la reactiva y la regenera.

La neuroimagen supuso un cambio radical al respecto. Muestra la actividad cerebral en vivo y permite ver el funcionamiento del cerebro mediante un conjunto de técnicas muy variadas. Hoy se admite que el deterioro de este órgano no es irreversible y que su declive se puede retrasar. Se trata de aplicar el método de rehabilitación más adecuado, la fórmula que permita compensar el déficit. En este sentido, la actividad física es la mayor aliada del cerebro, al aumentar el volumen de sangre que lo riega. Pero no es la única. El aprendizaje es así mismo un motor que impulsa el cambio. Por una parte, es capaz de fortalecer la conexión entre las neuronas; por otra, de generar nuevas neuronas que compensan el daño. No en vano, uno de los pilares del envejecimiento activo es no dejar de aprender.  

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