La escasez de recursos alimentarios es el mayor impedimento para la supervivencia humana. De hecho, esta es una de las razones por las que el crecimiento de la población ha sido tan lento a lo largo de la historia. La desnutrición nos hace vulnerables frente a los gérmenes; por el contrario, una buena alimentación refuerza las defensas y nos protege de su agresión. Por otra parte, hasta el nacimiento de la agricultura, hace unos 10.000 años, las condiciones del entorno eran muy desfavorables. Vivir entrañaba afrontar grandes riesgos. Una de las peores amenazas para nuestros antecesores era el propio hábitat. Las temperaturas extremas, bien por frío o por calor, además de los traumatismos y los ahogamientos, eran causas de muerte muy comunes. Un escenario tan adverso no hace fácil lograr una edad avanzada.
Sin embargo, a finales del siglo XVIII, en Europa, todo empieza a cambiar. Gracias a los adelantos de la industria láctea, el consumo de leche higienizada se extiende poco a poco. Y esta circunstancia contribuye en gran medida a disminuir las muertes en la infancia. En la segunda mitad del siglo XIX, la instalación de una red de alcantarillado y la distribución de agua potable en las ciudades son un gran paso a la hora de lograr un mayor nivel de higiene. Es decir, la seguridad alimentaria y la mejora de las condiciones de vida determinan el descenso de las tasas de mortalidad infantil y el inicio del crecimiento demográfico.
Recursos alimentarios y condiciones de vida
La presencia humana en el planeta está marcada por dos acontecimientos de singular trascendencia. El primero tiene lugar con el nacimiento de la agricultura y la domesticación de los animales. El cultivo de plantas pone al alcance de la mano más recursos alimentarios y transforma el tipo de vida nómada en otro al abrigo de los peligros. El segundo se debe a los progresos en la agricultura y la industria de finales del siglo XVIII. Las tasas de mortalidad en la infancia disminuyen y se originan cambios muy intensos. Dos siglos más tarde, son el origen del fenómeno que se conoce como envejecimiento demográfico. Los efectos saltan hoy a la vista. Cada vez se habla más de los mayores. Y, según la OMS, el destino de la población mundial en el siglo XXI dependerá del modo en que se afronte tal desafío.