Estimular el cerebro con nuevos aprendizajes es una buena medida para frenar el deterioro intelectual. Aún aprendo es un pequeño dibujo de Francisco de Goya (1746-1828) que representa a un anciano que camina encorvado apoyado en dos bastones. Se cree que lo realizó alrededor de 1926, es decir, a los 80 años. El título remite a la frase ancora imparo (todavía estoy aprendiendo) atribuida a Miguel Ángel. Y es que el genio rechazaba así los elogios por su obra en la Capilla Sixtina a los 87 años. A lo largo de la historia, son muchos los personajes que han negando sus cualidades. Por ejemplo, Sócrates rebatía su sabiduría con la célebre frase solo sé que no sé nada.
El dibujo de Goya parece ser un autorretrato que pone de manifiesto su voluntad de innovación. El pintor mantuvo intacta la capacidad creadora que le caracteriza. Su inagotable curiosidad le llevó a experimentar nuevas formas de expresión. Afirmar a tan avanzada edad su disposición para el aprendizaje supone toda una declaración de modestia por su parte.
¿Puede la enfermedad estimular el cerebro?
En 1792, a los 46 años, Goya enfermó gravemente. Sufría de vértigos, náuseas, alucinaciones y una hemiparálisis derecha, entre otros síntomas Y estuvo al borde de la muerte. Con el tiempo logró recuperarse, pero quedó sordo y casi ciego. Desde entonces, su carácter se volvió sombrío y depresivo. Distintos especialistas han intentado averiguar el origen de su mal. Y circulan distintas hipótesis; no obstante, la explicación más reciente lo atribuye a una enfermedad autoinmune.
No es posible saber si la transformación de su arte obedeció a sus dolencias. Goya fue siempre un pintor de talento, aunque con un estilo convencional. Sin embargo, los expertos niegan que el cambio fuera fruto de la enfermedad. El hecho cierto es que la enfermedad no le venció y el pintor se convirtió en un genio de prestigio internacional que mantuvo intactas sus facultades hasta el final de su vida.
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