La relación entre memoria y olvido es muy estrecha; en realidad, ambos conceptos son la cara y la cruz de una misma moneda. Olvidar los aprendizajes más recientes, los números de teléfono o los nombres de lugares o personas son ejemplos, entre otros, de dificultades muy comunes en este terreno.
Las dotes para el aprendizaje se suelen atribuir a una excelente inteligencia. Pero, a pesar de que no se puede negar su relación, es menos habitual conectarlo con una buena memoria. No hay duda de que pocas personas admiten no ser inteligentes; sin embargo, estas mismas proclaman su poca capacidad de memoria. El hecho se debe a que esta competencia, a la inversa que la inteligencia, se suele considerar un rasgo secundario. Y no es así. La memoria es un eje primordial del funcionamiento cognitivo. Y aún restan por conocer múltiples aspectos de este complejo mecanismo. El olvido, como reverso de la memoria, es uno de ellos.
Memoria y olvido… y mucho más
La dimensión adaptativa de la memoria humana no ha recibido casi nunca atención. No obstante, ha sido esencial en la evolución de la especie humana. La acumulación de conocimientos y su utilización posterior son funciones esenciales de la memoria. Y gracias a ellas se puede afrontar con éxito el desafío que entraña la supervivencia en un ambiente hostil o desfavorable. El entorno es muy variable y sufre una transformación continua. Saber conducirse con acierto en un contexto incierto entraña poder sobrevivir.
Como depósito de experiencias pasadas, la memoria es una guía de vital importancia. Las comunidades de tradición oral muestran un gran respeto hacia las personas de edad avanzada. En condiciones excepcionales, los recuerdos de los más ancianos pueden significar la supervivencia del grupo. Las huellas grabadas en su mente por situaciones adversas previas constituyen un recurso fundamental para la solución de problemas graves. Y de situaciones de esta naturaleza deriva el proverbio africano que afirma que, cuando un anciano muere, desaparece una biblioteca.
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