Son muchas las personas mayores que se educan a pesar de tener una edad avanzada. Y las aulas académicas son testigos mudos de su esfuerzo, sin que la sociedad caiga en la cuenta. Pero, a veces, su entusiasmo por la educación se refleja en los medios de comunicación. Y ejemplos recientes son el de Benita Martín, de 91 años, y Lupita Palacios, de 96, dos mujeres que aprendieron a leer ya ancianas.
El deseo de conocimiento es un sueño no cumplido de la mayoría de personas mayores que se educan hoy. Y es que, en su infancia, carecieron de esa oportunidad. Su experiencia de aprendizaje se limita a un tiempo breve. Aquellos niños, que no conocieron la escuela o se vieron obligados a abandonarla pronto, traspasaron hace tiempo el umbral de la vejez. Sin embargo, hoy aprovechan la oferta educativa que encuentran a su alcance. Y sus voces dejan pocas dudas sobre el valor que otorgan a la educación y el aprendizaje; es un privilegio del que no disfrutaron de niños.
Personas mayores que se educan: testimonios de mujeres
«No fui mucho a la escuela porque, cuando tenía ocho años, me mandaron a una casa para hacer los recados y llevar los avisos de conferencias. Por lo que hacía me daban de comer, porque mi madre no podía… Casi aprendí las primeras letras buscando los nombres de los que tenía que llevar los avisos y de las calles. Luego me gustaba mucho leer y todo lo que me encontraba en las casas que estuve sirviendo me lo leía». (Mujer, 74 años.)
“Mi colegio no era muy grande, pero estaba bien. Íbamos chicos y chicas. Fue el tiempo más feliz de mi vida, pero terminó pronto. Mi padre se cambió de pueblo y me mandó con unos tíos que no tenían niños, pero vivían en el campo. Así que lo sentí tanto que todavía no se me ha olvidado. Después murió mi madre, siendo yo todavía pequeña, y me quedé al cuidado de cuatro hermanos. Imagínese qué colegio tuve«. (Mujer, 72 años.)
«Mi madre me sacó para ponerme a trabajar, así que estuve pocos años. Aprendí las cuatro reglas y leer y escribir. Las escuelas de antes eran frías y poco acogedoras, pero me gustaba ir y lo hacía contenta, y sentí cuando mi madre un día me dijo que ya no iba más. Ni siquiera termine ese curso, porque me sacaron por el mes de abril». (Mujer, 78 años.)
Hice la comunión el dieciséis de mayo y cumplí los ocho años el veinte. Me acuerdo que con aquellos pantalones mi madre dijo: hay que cortárselos. Y mi padre dijo: no, no, para el campo hay que dejarlos largos. Quiere decirse que yo, a partir de entonces, no es que todos los días fuera al campo, pero la mayoría sí. Iba al colegio, pero no siempre”. (Hombre, 64 años.)
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