Aún se ignora por qué dormimos; aunque no cabe duda de que el sueño es una necesidad. Y de las básicas. Junto al aire, el agua y la comida, no nos puede faltar. El sueño ha sido objeto de interés desde la Antigüedad. Los griegos lo asociaban con la muerte. Hipnos, el sueño y Thanatos, la muerte, eran hijos de Nix, la diosa de la noche. Son dos gemelos alados y Homero (S. VIII a. de C.) los cita en la Iliada; también lo hace Virgilio (70 a. de C. – 10 a. de C.), el poeta romano, en la Eneida.
Muchas y muy variadas han sido las causas a las que se ha atribuido la necesidad de dormir. Aristóteles (384 a de C. – 322 a. de C.) lo achacaba al acto de comer, que producía una mengua de la percepción. Paracelso (1493 – 1541) decía que era un proceso similar a la respiración y recomendaba no dormir más de seis horas. Durante siglos se supuso que el origen del sueño estaba en la sangre y se buscó con tesón la sustancia que lo inducía. Pero nadie la encontró, claro. En el dormir, bien o mal, se ha implicado a los alimentos, a las posturas y hasta al lado de la cabeza sobre el que se descansa. Hubo de esperar al siglo XX para relacionarlo con el cerebro. Y, a partir de ahí, aumentó su comprensión; no obstante, la génesis del sueño sigue sin ser patente.
Por qué dormimos y por qué soñamos
Si la necesidad de dormir ha interesado siempre, no lo ha hecho menos el acto de soñar. Uno de los hijos de Hipnos es Morfeo. A veces, se le señala como el dios del sueño. Lo cierto es que no es él, sino su padre. Hipnos es la raíz de hipnótico: lo que produce sueño. Morfeo, su hijo, es el dios de los sueños o, mejor dicho, los ensueños. Y es que en español se usa el mismo término para dos conceptos distintos. Por el contrario, en inglés, el dormir y el soñar se diferencian bien. Al primero lo llaman sleep; al segundo, dreams. En la Biblia se relata uno de los sueños más famosos de la historia: el del faraón y el modo en que lo interpretó José, el hijo de Jacob.
Los efectos de la privación del sueño se conocen a fondo. Son graves y se han utilizado como una terrible tortura; si no cesa, acaba en la muerte. Por razones obvias, no hay estudios sobre un asunto de tal calado. Por otra parte, pocos ignoran las consecuencias de un mal dormir. ¿Quién no ha sufrido una jornada difícil tras pasar una mala noche? Las dificultades con el sueño son muy frecuentes, pero no tanto su solución. Y, hoy por hoy, es un todo un reto no solo averiguar por qué dormimos mal, sino remediar sus consecuencias.
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