Gertrudis de la Fuente mantuvo intactos el entusiasmo y el talento que la caracterizaban. Una infección pulmonar ocasionó su ingreso en un centro hospitalario una semana antes. Tenía 95 años; había nacido el 21 de agosto de 1921, en Madrid, la misma ciudad que la vio morir. No quiso alargar artificialmente su vida y, por lo tanto, rechazó el respirador de apoyo que la ofrecían. “He tenido una vida muy buena”, afirmó. Consoló a familiares y amigos diciendo que se iba en su forma actual, pero que seguiría entre ellos, porque “todos somos materia y energía”. Jubilada desde 1986, no dejó nunca de trabajar; antes de despedirse, dio indicaciones a su equipo de investigación en un trabajo sobre el cerebro. No hay duda de que se trataba de una científica infatigable más.
El talento, o los talentos, no enterrados
Fue una de las primeras investigadoras españolas en publicar en revistas de prestigio internacional, como Nature. Su labor de coordinación en la investigación del síndrome tóxico en España fue muy señalada; se trató de una intoxicación masiva por adulteración de aceite de colza, en la década de los 80. El corto La mujer que no enterró sus talentos, que acompaña a la entrada, muestra a de la Fuente con 93 años. Así mismo, el documental La mujer contra la tormenta, de mayo de 2016, da cuenta de sus méritos
Distintos artículos periodísticos han expuesto sus muchas virtudes científicas y personales. En este último ámbito, es un paso obligado destacar su humilde extracción social. De padre ferroviario, los condicionantes de su niñez no hacían presagiar su futura trayectoria. Según sus propias palabras “lo primordial era educar a las niñas para ser buenas amas de casa, atender al marido, coser bien y hacer buenos remiendos, muy importantes para la economía doméstica”. Pero no fue así en su caso, ya que el amor al aprendizaje y la perseverancia la condujeron por otro camino, muy distinto. Y nada le impidió coronar con éxito sus aspiraciones de niña.
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