El fin del edadismo está cada vez más cerca. El 1 de octubre se celebra el Día Internacional de las Personas Mayores. Y un año más se manifiesta el cambio que acompaña a este sector de población. Una noticia reciente sirve como muestra. Viene de la mano de alguien que hizo ver que la dignidad no caduca, al reclamar unas condiciones de vida a las que tiene derecho. Su nombre, Mariano Turégano, ha saltado a los medios. Se trata de un paso más en la defensa de los mayores de hoy… y los de mañana. 

Al igual que la gestión de la pandemia en las residencias, el asunto compete a la Comunidad de Madrid. De eso no hay duda. No obstante, la responsabilidad no cesa a un nivel político. Y es que incumbe al conjunto de la sociedad. No podemos permanecer al margen de las dificultades que acompañan a la vejez. Hay que acabar con ellas. Lo exigen los propios mayores y no se debe mirar hacia otro lado. Aunque solo nos mueva el egoísmo y el interés; más pronto o más tarde, el problema nos afecta.   

En el siglo XXI, el fin del edadismo está ya cerca

La creencia de que todos los viejos son iguales es hoy más falsa que nunca. Entre otras razones, porque la etapa se ensancha día a día. Comienza a los 60, que es donde NN.UU. marca su inicio, pero abarca hasta los 80, los 90 y los 100 y más años. Y no puede ser más heterogénea. Porque el lugar de origen, la infancia, la formación, el tipo de trabajo o las relaciones que se crean a lo largo de la vida condicionan la biografía de la persona. Y, por lo tanto, el modo en que se plantea la vejez. En este sentido, los mayores del siglo XXI no dejan de reclaman sus derechos con un gran tesón.   

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