Envejecimiento activo y aprendizaje son dos conceptos muy ligados. Porque, junto a la salud, la participación y la seguridad, el aprendizaje a lo largo de la vida es el sustento de una vejez activa. Desde 1948, año de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, la educación es un derecho más de la persona. Sin embargo, hasta no hace mucho tiempo, no se ha tenido en cuenta con respecto a los mayores.
El aprendizaje se consideraba como algo propio de los primeros años de vida. Así, la infancia y la juventud eran etapas de formación; la adultez, de trabajo; y tras la jubilación solo quedaba la inacción. Pero era un gran error y hoy el enfoque es otro. El informe de Jaques Delors, “La educación encierra un tesoro”, lo señaló tajante en 1996. “La división tradicional de la existencia en periodos claramente separados ha dejado de corresponder a las realidades de la vida contemporánea y se ajusta aún menos a los imperativos del futuro».
Envejecimiento activo y aprendizaje: una excelente práctica
Por sus grandes frutos, la tarea de aprender requiere de un punto de vista más amplio del que suele ser común. Y es que facilita la adaptación al veloz cambio social del siglo XXI, con independencia de la edad de la persona. Surgen nuevos valores; la vejez se transforma y, poco a poco, los estereotipos que la rodean se quedan atrás. La esperanza de vida de quienes hoy se jubilan es más larga que en el pasado. Una vez libres de la obligación del trabajo, los mayores ya no se quedan en casa. Y acuden a las aulas como unos alumnos más.
Los beneficios de la educación son muy amplios. Impulsa el desarrollo, la interacción social y eleva el nivel de independencia y autonomía. El comienzo del curso académico es un buen momento para la información de las ofertas; bien sean de tipo presencial o en línea. Por supuesto, se trata de elegir en función del interés y las aptitudes de cada cual. Y hay para todos los gustos.
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