«Todos los viejos son iguales» es una expresión que atribuye a las personas mayores atributos negativos. Desde este enfoque, el deterioro, la rigidez de mente o el mal humor se asocian a la edad avanzada. Pero esta no es una imagen real de la vejez, sino que forma parte de los muchos prejuicios que la suelen acompañar. Achacar un conjunto de rasgos a un grupo de edad es un estereotipo social muy generalizado. Y ya en la antigua Roma, el filósofo Cicerón señalaba lo erróneo de este supuesto en su obra De Senectute.
Los niños, jóvenes o adultos no son iguales entre sí. Y las personas mayores tampoco. Entre ellas, incluso, predomina más la variabilidad que en el resto de grupos de edad. En primer lugar, por los dilatados márgenes de la vejez, que van desde los 60 hasta los 90, 100 y más años; además, porque cada biografía es el fruto de una larga trayectoria de vida que encierra experiencias muy variadas. Y es que entre los mayores hay grandes diferencias, que van más allá del aspecto generacional.
No; no todos los viejos son iguales
El lugar de nacimiento, el contexto familiar, la educación y formación recibida, la ocupación laboral y, por supuesto, el status socioeconómico son factores que marcan la vida. Por esta razón, las generalizaciones acerca de la vejez y las personas mayores son injustas y engañosas. Y no se han de aplicar a un grupo heterogéneo lo que solo corresponde a algunos de sus miembros. El envejecimiento humano no es un proceso uniforme y en su evolución hay factores muy complejos; entre otros, el modo de afrontar los cambios que origina el paso del tiempo.
Los expertos en Gerontología aseguran que se envejece tal como se ha vivido. El descontento, la insatisfacción o la falta de interés por la vida no dependen del número de años; por el contrario, obedecen a la ausencia de motivación. Hay que abandonar los juicios sin base que se proyectan sobre la vejez. Sobre todo porque, a veces, arraigan en los mayores y dañan a su propio modo de envejecer.
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