¿De qué nos sirve ser tan listos?, se pregunta Manuel Martin-Loeches en su libro más reciente. Porque la que tradicionalmente se consideró como la especie más inteligente del planeta hace tiempo que perdió el título. Y no es que los humanos no gocemos de una gran inteligencia. La tenemos, sí; sin embargo, no nos distinguimos por el buen uso que hacemos de ella. Si así fuera, el mundo no sería igual.
Detrás de la conducta humana no está la razón, sino la emoción. Y no es una buena guía de actuación. El autor lo ilustra en la introducción del libro, a propósito de la llegada del hombre a la luna y el por qué se llevó a cabo el proyecto Apolo 11. Que no era otro que la rivalidad entre los Estados Unidos y la Unión Soviética. La inversión de millones de dólares y el esfuerzo de miles y miles de personas en el planeta no tuvieron detrás sino a la ambición, el orgullo, el poder… Había inteligencia en la empresa. Y no poca. Pero al servicio de lo anterior. Lo primordial era llegar antes que el otro.
De qué nos sirve ser tan listos… si nos luce muy poco
Los humanos somos capaces de las hazañas más nobles y, a la vez, de grandes daños, bien a otras personas o a la naturaleza. Una especie ambiciosa e impredecible, cuya capacidad de destrucción no parece tener fin. Mientras, los científicos hurgan a fondo en los recovecos del cerebro para descifrar sus claves. No obstante, su comprensión no parece estar cerca. Ojalá que las incógnitas se despejen pronto, al menos las sustanciales. Y se logre así no solo entender la mente, sino el modo de mejorar sus actos. Quizá con ello el mundo sea por fin un lugar más justo y racional.
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