El 21 de septiembre es el Día Mundial del Alzheimer. No se trata de una celebración, sino de una fecha que llama a la reflexión sobre la importancia de este mal. Fue instituida por la OMS en el año 1994 con el apoyo de la Asociación Internacional de la Enfermedad de Alzheimer. Son muchos los organismos y entidades que se esfuerzan a la hora de hacer frente a la que hoy por hoy es la principal causa de demencia en todo el mundo. Y, en nuestro país, el Ministerio de Sanidad apoya ese trabajo.
Los familiares de los afectados se congregan bajo el nombre de CEAFA, que son las siglas de la Confederación Española de Alzheimer. Sus miembros pretenden que los pasos orientados a la mejora de la dolencia se den tanto en el beneficio de los enfermos como en el de las personas que les cuidan. El fin es hacer que la atención que se presta al problema se centre en quienes lo sufren.
La prevención en el Día Mundial del Alzheimer
Pero más allá de la importancia de una fecha, hay que destacar otros aspectos de la enfermedad. Y, a mi juicio, uno muy relevante es que algún modo se puede prevenir; al menos, hay pautas para reducir su daño en un porcentaje de casos no menor. Por otra parte, no todas las noticias sobre el Alzheimer son malas. El signo de los tiempos parece ir en la buena dirección.
No nos cansamos de repetir que la vejez no es lo que era. El número de mayores aumenta; sin embargo, las generaciones que se incorporan a este sector de población tienen pocos rasgos en común con las de antaño. Los mayores del siglo XXI poseen un nivel de formación más alto, una mejor calidad de vida y, además, una buena disposición a fomentar un estilo de vida más sano y huir de un riesgo al que se teme. Y que no es otro que la pérdida de identidad a la que conduce una patología que ojalá la ciencia logre vencer muy pronto.
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