El olvido no es una imperfección de la memoria, si no la muestra de su buen hacer. Ser capaz de recordar a voluntad es un deseo muy común. Y no es posible. ¿Quién no intenta a veces evocar un hecho y no lo logra? Nombres, fechas o lugares que se conocen bien se resisten a aflorar a la mente. Es una situación muy usual y que no implica un trastorno, aunque es molesta y preocupa. Pero no es un problema. El olvido no es más que un requisito previo al hecho de que la memoria funcione bien.
A través de los órganos de los sentidos, al cerebro llega a diario una gran cantidad de información. Y se graba. Por ejemplo, el rastro de las personas con las que se coincide a lo largo de la jornada. Se recuerdan detalles como el aspecto, la ropa que llevan o el timbre de su voz. También de los lugares por los que se transita, ya sea en el trabajo, en el mercado o en la calle. Así mismo, de las noticias que se oyen en los medios. Pues todo ello es una porción muy pequeña del material que se acumula en tan solo unas horas. No obstante, al llegar la noche, el cerebro se deshace de la mayor parte de esas huellas, ya que no son de utilidad. Y es que el sueño borra las imágenes que carecen de valor.
El olvido y Alexander Luria
Alexander Luria (1902-1977) fue un neurocientífico ruso, muy admirado por Oliver Sacks. En su obra Pequeño libro de una gran memoria relata la historia de Solomon Shereshevesky. Era un joven periodista cuyo jefe de redacción, asombrado de sus dotes para el recuerdo, lo remitió a su consulta. El interés de Luria por el caso le hizo interesarse por las características de la memoria durante casi treinta años. Y su labor en este campo fue tan extraordinaria que hoy se le considera el fundador de la Neuropsicología.
Solomon intentó hacer de su capacidad un medio de vida rentable. La exhibía como un espectáculo de circo y causaba estupor en el público. En su cerebro persistía, sin fin, hasta el rastro más nimio de operaciones con números, fechas, lugares y circunstancias. Sin embargo, lejos de suponer una ventaja, tal destreza era un inconveniente que quebraba su existencia. El volumen de los recuerdos acumulado era de tal magnitud que impedía el desarrollo de una vida normal. El enlace amplía la información sobre tan prodigiosa memoria.
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