La Dama de las Profundidades es el apelativo con el que se conoce a Sylvia A. Earle. Se trata de una bióloga estadounidense cuya pasión es el estudio y la exploración del mar. Y a ello ha dedicado gran parte de su vida. El 18 de octubre recibió el Premio Princesa de Asturias a la Concordia, en reconocimiento a su labor por la defensa de los océanos. Y es que, a los 82 años, no deja de resaltar la importancia de conservar en buen estado los fondos marinos.

Los premios distinguen la labor científica, técnica, cultural, social y humana de personas, equipos de trabajo o instituciones. Se conceden cada año desde 1981. Son el galardón más importante que se otorga en España y el segundo a nivel mundial, tras el Nobel. Además de la categoría concedida a Earle, se premian las modalidades de Arte, Comunicación y Humanidades, Letras, Deportes, Ciencias Sociales, Cooperación Internacional e Investigación Científica y Técnica.

La Dama de las Profundidades: científica y exploradora incansable

La bióloga fue pionera en su campo. Y, a lo largo de más de 60 años, orientó su quehacer a los océanos. En el discurso de agradecimiento recordó cómo, de joven, le disuadían de seguir su  vocación. Era una mujer y por lo tanto no debía aspirar a ser científica; pero entre el deber y el poder solo había un paso. Ella lo dio, y se convirtió en una gran investigadora. Hoy tiene a sus espaldas más de cien expediciones marinas y un aclamado historial en su poder.

La protección de los océanos impulsó siempre su trabajo. Estamos conectados al mar; un océano con problemas significa que nosotros tenemos problemas, remarcó una vez más en su discurso. Los mares son los motores del clima y de las condiciones meteorológicas; generan el oxígeno atmosférico, absorben el dióxido de carbono y albergan gran parte de la vida del planeta. Sin embargo, la acción humana los está perjudicando. La basura, los plásticos, los pesticidas, los fertilizantes y los productos tóxicos llegan al mar y alteran su composición.

Pese a tan triste panorama, Earle se muestra optimista. Por primera vez en la historia es posible observar, calcular y medir cómo estamos dañando la Tierra; pero, también, cómo podemos curar el daño y hacer las paces con la naturaleza. Advierte de que los niños de hoy nos podrán reprochar no haber actuado mientras era posible o, por el contrario, agradecer que hemos protegido la Tierra. El mensaje no puede ser más claro: aún estamos a tiempo. Y está en nuestras manos optar por una u otra vía.

 

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