El coronavirus se ceba en las generaciones de la posguerra. Ellas son la mayoría de las víctimas de un mal que transformó el mundo en unas semanas. El SARS-CoV-2 es peor de lo que en un principio se pensó. Se extendió, desbordó los hospitales y desató el drama. Y es que se ignoraba que los contagiados sin síntomas son una forma más de transmisión de la COVID-19. No cabe duda de la necesidad de cambios en el modelo de cuidados de larga duración.
Todas tienen en común la vivencia de un duro tiempo histórico. Las secuelas de la Guerra Civil en España afloran en sus historias de vida. La infancia marcada por la escasez, el hambre y las enfermedades. Los años más jóvenes, procurando el sustento de sus familias. Ya en la vejez, entregados al cuidado de padres y nietos. Ahora, en el final de sus días, el desamparo se ceba en ellos. No se merecen unas despedidas sin abrazos ni besos. Y, a nuestro pesar, es lo que han tenido. Pero su recuerdo permanece; no olvidaremos sus testimonios y relatos.
La huella de la escuela en las generaciones de la posguerra
- «No teníamos más que una cartilla, una enciclopedia, un lápiz, una goma y una libreta. También recuerdo que hacía frío en invierno. Nos ponían nuestras madres una lata con brasas de la lumbre para calentarnos los pies. Pero yo iba contenta… Sentí mucha pena por no poder seguir aprendiendo más, pero tuve que irme porque éramos cuatro hermanos y un padre enfermo y había que ir a trabajar». (Mujer, viuda. 1938)
- «A mí de pequeño me gustaba mucho aprender. Pero era una época dura y no tenía tiempo para otra cosa que no fuera trabajar. Por la mañana, temprano, comenzaba llevando el agua a los amos y ya no paraba hasta la noche. Sé que es una barbaridad pero de joven yo llegué a pensar: si fuera a la cárcel tendría tiempo para mí y podría estudiar. Ya ves, un disparate… porque las cárceles entonces eran una cosa terrible. Pero no podía aprender en ningún sitio. ¿A quién preguntabas, si nadie sabía nada? Yo pensaba que los hijos de los ricos estaban más preparados y tenían más oportunidades. Con el tiempo, acabé estudiando por correspondencia y así pude llegar a tener un trabajo mejor». (Hombre, viudo. 1929)
- «Éramos tres hermanos y yo era el mayor. Faltaba mucho a las clases, pues teníamos que trabajar en el campo o en la casa, haciendo todas las tareas y ayudando a nuestros padres en todo lo que nos mandaban. A la escuela solo iba cuando hacía frío o llovía mucho y no había trabajo. Casi no sabía leer, hasta que fui a la escuela de adultos cuando me jubilé. Ahora me gusta mucho leer. Acabo de terminar una biografía de Nelson Mandela. Voy a conferencias, a tertulias… me gusta escuchar a personas que saben». (Hombre, casado. 1942)
Y la de la familia: cuidar de padres, hermanos, hijos y nietos
- «Porque yo tengo mi ONG familiar… A mi hermano le dio un infarto cerebral. Mi hermana también se ha deteriorado mucho últimamente y estamos en problemas de médicos con ella. Toda mi vida ha sido eso, muy triste. Yo no había ido al colegio siquiera. Con ocho años murió mi padre. Mi madre cayó enferma y yo llevaba el control de la casa. Me puse a trabajar a los catorce. A los veinte me casé y tuve cuatro hijos… Ahora cuando he vuelto a retomar el estudio, los hijos me animaron mucho y cada vez me alegro más de estar aquí». (Mujer, viuda. 1941)
- «Mi vida ha sido trabajar… y venir a las ocho y levantarme a las cinco. Después de trabajar tanto, lo pasé mal. Es difícil jubilarse, porque pasas de tener mucha actividad a quedarte en casa sin saber cuál es tu papel. Estás siempre nervioso, no estás a gusto… cuesta mucho. Pero, poco a poco me fui acostumbrando. He cambiado mucho, porque ahora… guiso, compro… Si quiero hacer una comida, sé hacerla, no tengo problemas. Yo he cuidado a mi padre. He tenido que aprender a darle de comer, a limpiarle… » (Hombre, viudo. 1937)
- «La educación en casa es muy importante para enseñar bien a los hijos. Yo solo he estudiado con una enciclopedia, pero aprendí muchas otras cosas. También he criado a ocho nietos y les he educado a todos. Yo los tenía en mi pueblo de la sierra todo el verano. Y uno de cada padre, que era más difícil que si fueran hermanos. Uno que había suspendido, el otro que tenía que aprender a nadar y yo… podía con todo». (Mujer, viuda. 1929)
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