Nunca como hoy el tabú sobre el final de la vida condicionó tanto el modo de morir. Nadie con juicio niega que somos mortales; es una certeza que, por encima de credos e ideologías, compartimos con los demás. Y es que el nacimiento y la muerte son parte del orden natural que enmarca la vida humana; dos caras de la misma moneda. Pero la llegada de un nuevo ser se anuncia y se celebra; por el contrario, nos negamos a aceptar el fin de la existencia. Y más aún la propia. La idea de que hemos de morir nos amarga la vida. Se suele rehuir hasta la sola mención del hecho. Como si creyéramos que con ello fuera posible prolongar la vida a voluntad y retrasar un desenlace que, a nuestro pesar, damos por cierto.

La Geriatría ante el tabú sobre el final de la vida

El blog Geriatría en el Espejo se hace eco de lo anómalo de la situación. Y plantea si es aceptable mantener esa actitud en las residencias de mayores. Hay casos en que la muerte de un residente se oculta a los demás. No parece ser lo mayoritario; pero se hace. La práctica encierra un alto grado de paternalismo. Es un acto que despoja al mayor de su dignidad como persona. Se le trata como a un niño. Y, a mi juicio, no es correcto. 

El autor del blog reflexiona sobre el asunto. Señala que los mayores que viven en residencias tienen conciencia de su situación. Saben bien que reciben cuidados de larga duración. Una atención que durará hasta sus últimos días. Y relata una experiencia que vivió en persona. Una señora le preguntó por una compañera a la que no veía desde hacía un tiempo. Y era porque había fallecido tres días antes. El desconsuelo de la mujer es fácil de imaginar.

La conclusión no puede ser más evidente. Hay que tratar a los mayores como los adultos que son. En el enlace se puede ver la entrada. No se la pierdan. El título, «Ser el siguiente o no ser nadie«, ilustra bien el desatino que supone actuar de ese modo.

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